-¿Queréis algo, café, té, veneno? Ah, ok, para mí sola.

lunes, 13 de agosto de 2012

Cierzo en popa

En situaciones normales, para los hijos adoptivos de la ciudad, el verano no se hizo para estar en Zaragoza. El otro día le envié a Luis una foto que hice cuando pasaba por delante la puerta de su casa en Asín y Palacios, "Oh!! Mi casa que yo creía que dejaba de existir", me contestó. Me reí, claro. Yo no lo adivinaba en ese momento, pero fue justo a partir de entonces cuando algo en mi interior se empezó a dar cuenta de que esto, lo que estaba viviendo, pasar aquí unos días del extraño mes de agosto.. era en el fondo un privilegio encubierto. Un regalo que en principio no sabes apreciar, porque viene envuelto en papel de periódico. 

Miré entonces a mi alrededor. Delante de mis ojos, una casa vacía de extremo a extremo, con el calendario del CSMA abierto en uno de los meses que nadie aquí llega a ver. Agosto. Con tres personas, bajo tres pelucas, que ya disfrutaron de todas las noches en las que esta ciudad les pertenecía, y que ahora volvían en blanco y negro como un fotograma que debía recordarme que esta película también iba a tener fin.

Me asomo esta noche por la ventana, mi particular pantalla de cine, y me dejo encantar por el decorado de la película. No es lo normal en las ciudades y por eso lo aprecio más aún, y es que desde mi casa de Zaragoza se ve horizonte. Una gran extensión de copas de árboles del Parque Grande, forman una línea cerrada en contacto directo con el cielo, allanando el camino a quien lo que quiere observar a través de la ventana es absolutamente nada más, sólo seguir mirando más allá, quedarse bizco intentando ver dónde acaban los árboles y donde empieza el infinito. Pues bien, por encima de sus copas es por donde, para mí y mis compañeros, amanece cada día del curso.

Alguien me dijo aquí una vez, y se me quedó como una espina muy adentro: los atardeceres sólo son atardeceres cuando el sol se pone sobre el mar. 

¿Tantos atardeceres y amaneceres perdidos? ¿de verdad?

Esta noche, al asomarme y ver la sombra oscura del Parque Grande perfilando mi pedazo de fin del mundo, he recordado esa frase, con todo su sentido, con toda su fuerza.
Y por ella he transformado el decorado. 

La masa de árboles, al fondo, son el mar. Las torres de la base aérea que están aún más allá y de las que sólo alcanzamos a ver las luces, son el faro. Cada noche cientos de barcos la ven, como estoy haciendo yo ahora mismo. Y aquí en tierra firme las luces de la ciudad no terminan de apagarse, porque hasta altas horas hay vida en el puerto. Pescadores se cruzan por el muelle que es la acera, y se saludan o se despiden porque no se emplea más que un gesto entre personas que mañana, como cada día, se volverán a ver. Los tranvías circulan con el rumor silencioso de los tranvías, como olas yendo y viniendo de una orilla interminable. En los edificios de la derecha de vez en cuando alguien sale a los balcones, y observan, igual que yo. Quizás alguien llega mañana en el próximo barco. Una pareja recoge una sábana del tendedero, una vela, quizás. La doblan entre los dos, y vuelven a casa. Alejandra desde las fiestas de su pueblo me escribe por whatsapp cada vez que se pone un ron cola. Me cuenta, van tres. "Por cierto, que el whatsapp me llame Usted: me encaaaaaanta". Jajaja. Pero si ella es un pirata...

Ya es sabido, no hay ruido de noche al lado del mar. Me asomo un poco más por la ventana y debajo, en el patio, veo el aparcamiento, con las plazas numeradas. Imitando un calendario. Desde el salón sólo se alcanza a ver hasta la número 28. Cualquier mes. Podría ser febrero. Podría ser también cualquiera de los otros. Y los edificios, podrían ser edificios, pero podrían también ser barcos, transatlánticos enormes. Y yo hallarme en uno de ellos, y dentro de poco irme de aquí a través del mar, para no volver a estos puertos en quién sabe cuánto tiempo.

Y entonces, sin darme cuenta, ocurrió.

Me estaba despidiendo. 
De ti, Zaragoza. Sin saber cómo había llegado a esto, yo te dije adiós, aunque mañana te veré. Anticipé , inconsciente, el vacío que sentiré cuando deje el mar de estos cuatro años para pisar tierra en la otra orilla.

Tus tres primeros ya han quedado guardados en algún lugar de mi retina. Sé que los necesitaré cuando la cosa se ponga fea, cuando tenga que echar mano de personas y recuerdos para seguir adelante. Pero hasta entonces los guardo bajo llave en el cofre, como todos los tesoros.

No hay horizonte aún, todo está a la deriva todavía, esperando a llegar. Y ahora paran las olas, y se borran los calendarios y se apagan las luces del faro. 

No hay mar. 

En un último instante, como de un suspiro, me acuerdo de lo que Marta siempre dice sobre los que no tenemos playa:

"Sólo tenemos tres formas de escapar de un lugar. Tres, a saber:

-por tierra
-por aire 
-desapareciendo en el pasado."

...



Qué hora será.


Sigo en la ventana. 
Una brisa que en otros meses fue viento me acaricia un trece de agosto suave y lentamente la cara.  
Mañana saldrá el sol por encima de las copas..


Hace una noche fantástica.

2 comentarios:

  1. Ya sabes que a mí esta entrada no me puede gustar más!
    Quizá el único que de verdad comprende, aunque lo veo desde otra orilla.

    Un beso enorme desde Zaragoza

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  2. Ya es de hace tiempo, por lo que veo, pero es una maravilla. Bravo.

    Precioso, Trini. ;)

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