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Eran otros tiempos, amigos, hemos sido tan jóvenes.
Así que una vez acabada la era en que los propietarios se vieron obligados a aparcar sus carruajes en la calle, tuvo lugar la sangrienta y encarnizada lucha de la comunidad de vecinos con motivo de la solemne distribución de las reformadas y neo-numeradas plazas de aparcamiento. Y a día de hoy parece que ya todos los medios de transporte de la mancomunidad tienen su feliz sitio adjudicado, para siempre.
Un momento.
¿...Todos?
¡No!
"En los bancos y casa de comercio de este mundo a nadie le importa un
pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o
soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi
madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas.
Pero
apenas una persona entra con una bicicleta..."
(J. Cortázar)
A principio de curso Iván y yo fuimos a Carrefour en bus, y volvimos a casa en bicicleta. Sergio, mi compañero de piso, una semana más tarde, hizo exactamente lo mismo. Tan exactamente, que se compró el mismo modelo que la mía.
Un feliz día, la vecina del segundo, a la que llamaremos Ladeburgos por desconocer el nombre de su noble cuna, decidió que nada de atar bicicletas a las farolas de la urbanización, que algún día iban a dejar de dar luz, que se iba a replegar el universo y a colapsarse los sistemas informáticos y todos íbamos a ser juzgados entre llamas y guadañas por nuestra conducta en esta vida y en las anteriores. Y me abordó en el portal para informarme al respecto.
Tras una conversación en la que me dijo que a aparcar a la calle e incluso quiso opinar sobre si yo necesitaba o no una bici, como niña con coletas que soy, me hice la del gato que se tumba en el suelo para que le rasquen la tripa y a partir de entonces me dijo que yo era una buena chica y que para llegar a un acuerdo podía dejarla dentro de la urbanización solo que en vez de a las farolas, la atase al caño de canalón. Así lo hice, Ladeburgos quedó contenta, y yo con la tripa bien rascada.
Sin saber lo que les aguardaría, Sergio y otro montón de bicis siguieron aparcando en las farolas.
Una semana después, su bici, aparcada al lado de la mía, igualita a ella, solo que sin el sillín (porque, irónicamente, él se lo subía a casa para que no se lo robaran) desapareció en misteriosas circunstancias. Y curiosamente también el resto de bicis de las farolas que rodeaban mi canalón. Sin embargo la mía ahí se quedó, compuesta y con sillín. Contemplando a su alrededor la desoladora escena. Parecía que iba a cobrar vida de un momento a otro.
Mi bici duerme con dos candados desde entonces. Y dedico cada día unos minutos a insultarla, para no cogerle cariño y así no sufrir el día en que ella también parta hacia el cielo de las bicicletas.
Hoy, al lado del ascensor he leído el cartel de la "nueva circular", en la que se avisa a los vecinos de que ni bicis ni motos pueden aparcar en ningún tramo que comprenda la acera.
Y queridos, ya no me he puesto a negociar.
Aquí hay gato encerrado, apesta a minino que tira pa atrás, la del segundo y sus matones tienen algo que ver en todo esto, me apuesto la bici...
pero qué tiranía es esta!!
ResponderEliminaraparca en el portal, el portal no es acera, es morado, morado es fruta.
y a la de burgos le robas dos ruedas del coche, y dos ruedas no es coche, dos ruedas es bici.