-¿Queréis algo, café, té, veneno? Ah, ok, para mí sola.

domingo, 20 de febrero de 2011

Notas al margen

Como algunos de ustedes ya sabrán, existen cuatro ciclos naturales reconocidos a día de hoy como tales:
-el de la vida,
-el del agua,
-el de las monedas
-y el de los lápices de Ikea.

Este último, mucho menos mediático aunque no por ello menos cierto, funda sus bases en la teoría de que un lápiz de IKEA en realidad nunca le ha pertenecido a usted.
En verdad nunca le ha pertenecido a nadie, ni lo hará.

Arrancado vilmente de su pila de lápices natal, con el único y efímero objeto de ejercer de lápiz algún día en el mejor de los casos, el lápiz de ikea común, con sus ochenta y cinco milímetros de longitud, su publicidad de treinta y cinco y su presunta -y no por ello- madera, no alcanza el nivel mínimo de dignidad exigida a todos los llamados a ser sucesores del grafito; nobleza -por así decirlo- intrínseca a todo lápiz que quiera aspirar a ser reclamado en caso de pérdida, ser devuelto en caso de préstamo o ser recogido del suelo en caso de caída.

Un lápiz de ikea nunca ha de creerse merecedor de los favores del sacapuntas. No nacieron para esa vida. En los majestuosos dominios del Staedtler HB 2 no hay lugar para tal intrusismo.
Si bien un lápiz de ikea suele dejarnos prematuramente -para pasar a otra etapa del ciclo- mucho antes de que alguien llegue a ver cómo se le acaba la punta, sí existen algunos casos aislados de lápices de ikea que pasaron toda su vida en las manos de un solo propietario, hasta el final de su mina. Y las fuentes indican que no fueron en absoluto felices.

Dejemos a la naturaleza pues, seguir su curso. Saboreemos cada instante que nuestra mano escribe con esta efímera obra del marketing, pero no atemos sus alas. No olvidemos que, quizás algún día, en algún lugar, puede ser que ese lápiz vuelva a nosotros por un giro del destino, y con los brazos abiertos le hagamos de nuevo un hueco entre los otros veinte o veinticinco que revientan cada día nuestro estuche.

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